"Ha sido el día más feliz de mi vida"
La gradense Teresa Álvarez señala que ha reparado la memoria de sus familiares tras relatar en la Audiencia Nacional las torturas que sufrieron a manos del bando franquista
30.05.2014 | 08:24
La desgarradora declaración terminó con la rotunda frase que incluso hizo emocionarse a Andreu, como cuenta el abogado Carlos Slepoy, que lleva en España la causa de los crímenes del franquismo abierta en Argentina. El abuelo paterno de Álvarez, su padre y dos hermanos mayores fueron represaliados por el régimen franquista y, tras 76 años de espera, ella pudo hacer justicia ayer a sus seres queridos. "Al menos, he contribuido a reparar su memoria", asegura a LA NUEVA ESPAÑA. Su hija, Felisa Alonso Álvarez, y sus nietas, Inés y Alba Rivera Alonso, la acompañaron a la Audiencia, aunque no se les permitió entrar.
Fueron precisamente las nietas quienes más animaron a la abuela a denunciar los hechos que la acompañan desde que tenía 16 años. El abuelo, Evaristo Álvarez Iglesias, fue juzgado a los 77 años, en consejo de guerra, el 4 de noviembre de 1938, tras la toma de Asturias. Y condenado a la isla de San Simón, en Redondela (Pontevedra). Nunca regresó. A la familia le dijeron que murió de hambre y que sus restos fueron arrojados al mar. A Teresa Álvarez también le contaron que yace enterrado en Vigo, en una tumba sin nombre.
El día que terminó la guerra (el 1 de abril de 1939), el coronel Antonio Uría, de la Fábrica de Armas de la Vega, llegó a Bayo a buscar al padre y a los hermanos, José y Sancho. Éste último aún no había regresado del frente en Tarna. Se lo llevaron al día siguiente. "Ninguno había militado en ningún partido. Creemos que hubo una delación de unos vecinos. Pero nunca supimos por qué", cuenta Álvarez, que vive sola, hace taichi y, ayer, tras una mañana llena de emociones, pasó la tarde de merienda con las amigas.
La familia residía en una casería de su propiedad y labraban tierras arrendadas a los marqueses de Ferrera. "La delación tuvo que ser más bien por odios miserables", asegura la mujer. "A mi padre, Francisco, le torturaron en el hórreo metiéndole varillas de paraguas en los oídos y lo dejaron sordo", explica.
A él y a José los llevaron a Grado para interrogarlos. Después, a la cárcel de Gijón, y finalmente, a San Marcos, en León, donde los torturaron. Al padre lo soltaron. A José lo trasladaron al Batallón de Trabajadores en Barcelona, donde cumplió 28 meses de trabajos forzados.
Hizo la mili y, cuando se licenció, se fue a Argentina. Sancho tuvo menos suerte. Se lo llevaron a Grado y lo encerraron en el chalé del parque, una casa indiana hoy deshabitada, convertida en prisión. Un día fue a llevarle una manta y comida. "Desde unos ventanucos me dijeron: 'A Sancho le han dado el paseo'. No le vi más", relata Teresa Álvarez, que ayer pudo por fin entregar aquella manta que nunca se le fue de la cabeza.
La desgarradora declaración terminó con la rotunda frase que incluso hizo emocionarse a Andreu, como cuenta el abogado Carlos Slepoy, que lleva en España la causa de los crímenes del franquismo abierta en Argentina. El abuelo paterno de Álvarez, su padre y dos hermanos mayores fueron represaliados por el régimen franquista y, tras 76 años de espera, ella pudo hacer justicia ayer a sus seres queridos. "Al menos, he contribuido a reparar su memoria", asegura a LA NUEVA ESPAÑA. Su hija, Felisa Alonso Álvarez, y sus nietas, Inés y Alba Rivera Alonso, la acompañaron a la Audiencia, aunque no se les permitió entrar.
Fueron precisamente las nietas quienes más animaron a la abuela a denunciar los hechos que la acompañan desde que tenía 16 años. El abuelo, Evaristo Álvarez Iglesias, fue juzgado a los 77 años, en consejo de guerra, el 4 de noviembre de 1938, tras la toma de Asturias. Y condenado a la isla de San Simón, en Redondela (Pontevedra). Nunca regresó. A la familia le dijeron que murió de hambre y que sus restos fueron arrojados al mar. A Teresa Álvarez también le contaron que yace enterrado en Vigo, en una tumba sin nombre.
El día que terminó la guerra (el 1 de abril de 1939), el coronel Antonio Uría, de la Fábrica de Armas de la Vega, llegó a Bayo a buscar al padre y a los hermanos, José y Sancho. Éste último aún no había regresado del frente en Tarna. Se lo llevaron al día siguiente. "Ninguno había militado en ningún partido. Creemos que hubo una delación de unos vecinos. Pero nunca supimos por qué", cuenta Álvarez, que vive sola, hace taichi y, ayer, tras una mañana llena de emociones, pasó la tarde de merienda con las amigas.
La familia residía en una casería de su propiedad y labraban tierras arrendadas a los marqueses de Ferrera. "La delación tuvo que ser más bien por odios miserables", asegura la mujer. "A mi padre, Francisco, le torturaron en el hórreo metiéndole varillas de paraguas en los oídos y lo dejaron sordo", explica.
A él y a José los llevaron a Grado para interrogarlos. Después, a la cárcel de Gijón, y finalmente, a San Marcos, en León, donde los torturaron. Al padre lo soltaron. A José lo trasladaron al Batallón de Trabajadores en Barcelona, donde cumplió 28 meses de trabajos forzados.
Hizo la mili y, cuando se licenció, se fue a Argentina. Sancho tuvo menos suerte. Se lo llevaron a Grado y lo encerraron en el chalé del parque, una casa indiana hoy deshabitada, convertida en prisión. Un día fue a llevarle una manta y comida. "Desde unos ventanucos me dijeron: 'A Sancho le han dado el paseo'. No le vi más", relata Teresa Álvarez, que ayer pudo por fin entregar aquella manta que nunca se le fue de la cabeza.
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